jueves, 5 de junio de 2014

Obesidad emocional: Cuando tu mente te hace engordar

Hay que aceptarlo: todos estamos cumpliendo con un rol social y –cualquiera que sea el tuyo– en algún momento seguro deseas alcanzar ese estándar de belleza socialmente aceptable que te ayudará a desempeñar mejor en lo que hagas.

Y no te sientas mal por sentir esa presión… ¿pues qué no descubrieron a Miranda Kerr usando Photoshop para hacer más pequeña su ya de por sí delgadísima cintura en Instagram? El problema está en que esa belleza es muy difícil (si no imposible) de lograr en la realidad y por lo común requiere de ‘pequeñas’ correcciones digitales, como la de Miranda, aunque resulten innecesarias.

Todo este bullicio social y deseo de tener un cuerpo escultural ha devenido en trastornos de alimentación, como anorexia y bulimia, hoy tan comunes y populares que –tristemente– ya no nos resultan extraños. Pero, ¿qué pasa cuando la situación es a la inversa? Si en lugar de privar a tu cuerpo de comida, ¿lo saturas hasta el extremo? Todas nuestras conductas están asociadas a un afecto y muchas personas, sin saber por qué ni cómo, se refugian en la comida cuando sienten algún nivel de ansiedad o depresión: ‘ya no tengo hambre, pero sigo comiendo… porque me distrae y, por unos minutos, me hace olvidar aquello que me afecta’. Es entonces cuando, por más que intentes hacer dieta o pruebes mil maneras de bajar de peso, seguirás recurriendo al refrigerador en busca de consuelo si no resuelves tus problemas emocionales primero.

La comida, ¿un refugio?

El primer placer que tenemos en la vida es comer. Cuando te alimentas de tu mamá a los pocos minutos de vida, sientes calor y protección. Desde ese momento y durante toda la vida, la alimentación representará ese apego con tu madre, y muchas veces al comer recordarás esa sensación de bienestar. Ahora podemos entenderlo, cuando estamos nerviosos, lo primero que hacemos es buscar un snack, pues tenemos un recuerdo inconsciente de aquellos días cuando el alimento estaba íntimamente asociado al amor y la sensación de estar cuidados. Cuando alguien nos hiere o se termina una relación de pareja, nos sentimos tan lastimadas que recurrimos al famoso helado o comemos para recobrar aquel recuerdo inconsciente de protección total; nos sentimos tan vulnerables, tan lastimados, que nuestra mente busca una regresión –a través de la comida– a esos días en los que absolutamente nada ni nadie podía hacernos daño.

El problema es que este mecanismo ya no funciona, es una regresión a un pasado que no nos sirve para nada en el presente. Comer no nos protege porque nuestras necesidades ya son más complejas. Y más allá de eso, puede llegar a hacernos mucho daño si lo hacemos de manera descontrolada.

El comer (sin hambre) también está muy arraigada la enseñanza de comer para no lastimar u ofender a otro. Aunque no tengas hambre, si tu tía preparó algo ‘especialmente para ti’, lo comes para no herirla y sentir culpa. Entonces empezamos a acostumbrar al sistema digestivo a recibir más de lo que necesita. Nuestro cerebro deja de escuchar las necesidades del estómago porque está mucho más ocupado lidiando con la educación y el buen comportamiento (terminar ese plato que la tía nos lo preparo como señal de cariño). Así, poco a poco, el acto de comer pasa a tener otro significado. Aunque la comida y los sentimientos están íntimamente ligados, pocas veces nos detenemos a pensar en ello y quizá todavía no tenemos muy claro hasta qué punto los estados de ánimo están asociados con nuestra manera de comer.

DETÉCTALO

En el caso de dejar de comer, no todo depende de la fuerza de voluntad, pero con un problema psicológico que difícilmente se irá solo. Una vez que identifiques que la raíz de tus ganas de comer se encuentra más en tus ansias, que en tu gusto, y trates el problema, te sentirás mucho mejor por dentro y fuera, y desde luego, al final se reflejará en esos jeans que desde hace tiempo no te quedaban.

Pero primero es preciso detectar si en verdad tu relación con la comida tiene un trasfondo psicológico.

¿Qué te tiene angustiada? Busca la causa y enfréntala. Cuando estés ansiosa realiza alguna actividad: haz ejercicio, sal a caminar, dedícate a un hobby, llama a algún amigo o familiar. Si no puedes alejarte de la comida, reemplázala, y en vez de terminar con todas las papitas de la bolsa, come apio.

Si no encuentras una razón aparente de tu ansiedad, quizá es porque ésta tiene un origen inconsciente que no podrás descubrir a menos que visites a un profesional. No tengas miedo de acercarte a un terapeuta.
Obesidad emocional: Cuando tu mente te hace engordar

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