lunes, 20 de octubre de 2014

La anorexia y bulimia atacan cada vez a más temprana edad y por líos familiares

Cuando tenía 15 años (ahora tiene 19), Alejandra pesaba 90 kilos y se enamoró. El muchacho era su compañero de colegio. Pero al enterarse éste de lo que sentía, la tachó de gorda y fea. La despreció. Ahí comenzó la obsesión de ella por su peso. Y dejó de comer. En un solo mes perdió hasta diez kilos. Así fue como la anorexia nerviosa entró en su vida. Su situación empeoró porque en esa ofuscación por cambiar su figura, también se internó en el camino de la bulimia.

Es la historia que cuenta a un grupo de seis adolescentes y jóvenes que padecen de estos trastornos de la conducta alimentaria (TCA), quienes se reúnen cada sábado en una parroquia del barrio paceño de Irpavi. Es la primera vez que participa de estas sesiones encabezadas por el director del Centro de Rehabilitación y Salud Mental San Juan de Dios, el doctor Rodolfo López, quien atiende a estas personas en terapias individuales, familiares y grupales, junto a la psicóloga Elizabeth Michel Echeverría y otros profesionales.

No hay estadísticas oficiales sobre la incidencia de estos males psiquiátricos en el país: no son considerados de salud pública por el ministerio del ramo, bajo el alegato de que los casos reportados son pocos. Sin embargo, siete especialistas consultados por Informe La Razón advierten que el tema requiere más atención por tres síntomas: quienes padecen estos problemas van en aumento, porque cada vez se presentan a más temprana edad y no solamente en sujetos de “estrato social alto”.

Miedo. El jefe de la Unidad de Salud Mental del Hospital de Clínicas de La Paz, el psiquiatra Carlos Dipp, explica que hay una diferencia entre la anorexia y la anorexia nerviosa. La primera puede presentarse en cualquier tipo de enfermedad, como el cáncer; pero lo que caracteriza a la otra es el miedo a engordar. Por ello, indica que esta última provoca lo que se llama “alteración del esquema corporal”, que es la estructura de la formación psicológica de una persona y que está constituida por dos partes: la física, que es “lo que se ve” y la psíquica, que es “lo que se cree que se está viendo”. Esa variación hace que una anoréxica siempre se vea obesa, aunque luzca flaca o esquelética.

Similar es la opinión de la psiquiatra Claribel Ramírez, del Hospital Arco Iris de La Paz, quien señala que en la anorexia nerviosa impera una distorsión sobre la percepción corporal. La vida de los afectados por esta dolencia se circunscribe a la comida: escogen qué comer, sustraen las grasas, los carbohidratos, van eliminando la ingesta de algunos alimentos hasta que lo que consumen no es lo que necesita su organismo, y se desnutren.

Quienes padecen este mal poseen una idea errónea respecto a que lo que comen les provocará aumento de peso, comenta Ruth Parejas, psicóloga del Hospital Psiquiátrico Fundación Centro de Salud Mental de Santa Cruz de la Sierra, quien también remarca que estos pacientes no aceptan que pueden llevar una dieta alimenticia balanceada, sin subir de peso.

Precisamente Alejandra tiene miedo de comer porque cuando mira su figura, se ve “como la gordita de antes”. Pero igual tiene atracones: sufre de ataques en los que consume mucha comida en poco tiempo, un síntoma de la bulimia. Confiesa que cuando ingiere alimentos, los vomita hasta que salga sangre por su nariz por su temor a engordar y, por ello, se lesionó su oído izquierdo. “Si vomito siento que me quito una carga de encima y recién estoy tranquila, si no vomito me irrito fácilmente”.

Yesenia y Maribel también asisten a las sesiones con el doctor López. Tienen dos cosas en común: padecen bulimia y cada una tiene una pariente menor con este trastorno. “Mi hermana se ha vuelto a cortar (su cuerpo), pero igual ha vuelto a bailar y ahora la veo bien”, relata la primera, con naturalidad. Mientras que la otra cuenta que su padre se dio cuenta que ella y su hermanita tenían esta enfermedad porque hacían turnos para ir al baño, para regurgitar los alimentos que consumían.

López diagnostica que en ambos casos se halló un problema en el nivel estructural de la familia, casi un común denominador para la aparición de este problema y de la anorexia. Maribel siente que ya controla la bulimia porque antes vomitaba de día y de noche, pero ahora no lo hace con tanta frecuencia. Si bien estas jóvenes (más Alejandra) comenzaron a desarrollar la anorexia nerviosa y la bulimia desde sus 15 años, los especialistas entrevistados coinciden en que estos trastornos atacan cada vez a más personas con menor edad.

Fragilidad. La psiquiatra Ramírez califica de alarmante este dato y subraya que en una campaña que realizó su nosocomio para detectar estos padecimientos, se atendió a “más chiquitas de 13 años”. Su colega Dipp revela que al Hospital de Clínicas arribaron pacientes de 11 años y sostiene que estos males se manifiestan a más temprana edad por la fragilidad de esta etapa en la que el niño necesita de una familia sólida que le permita afrontar los cambios a los que se enfrenta, y en esto influyen el divorcio de los padres o que éstos sean “tremendamente disfuncionales”: que se peleen todo el tiempo.

Al final, una de las formas que los menores adoptan para expresar el rechazo a esta situación es sumergirse en la anorexia nerviosa y/o la bulimia. Y que los TCA se presenten en “edades más pequeñas”, en promedio desde los 12 años, según la psiquiatra Rosario Martínez, se debe también a que hay una hostilidad en el relacionamiento que tienen los niños entre sí, con ofensas entre ellos, que no solo se refieren a “defectos” o señas particulares, como calificarse de gordo u obeso.

Alejandra se dejó aprisionar por la anorexia nerviosa y luego por la bulimia, por la obsesión que sentía por su compañero de colegio. Pero hay otras causas que activan estos problemas psiquiátricos, aclaran los expertos. La psicóloga Parejas ratifica que se desarrollan porque los muchachos quieren llamar la atención de sus papás, cuando su estructura familiar enfrenta dificultades, sobre todo con la figura materna. “Frente a las disfuncionalidades, el tipo de conducta puede ser compensatoria sobre un problema, como una forma de descarga ante los conflictos”.

Martínez calcula que del total de consultas que llegan a su consultorio, hasta 70% corresponden a hijos de parejas separadas. Remarca que el desequilibrio afectivo de los progenitores o que no se lleven bien entre ellos, repercute en sus descendientes. Más todavía, esta situación predispone a que los impulsos de unas personas sean incontrolables respecto a otras, lo que se expresará en algún momento con alguna enfermedad.

Mientras que Mónica Barreda, docente de la carrera de Nutrición de la Universidad Mayor de San Andrés, postula que un individuo puede tener tendencia a padecer anorexia nerviosa y/o bulimia si su madre se negó a darle de lactar cuando era bebé, por lo que no siente apego a nada y no crea ese vínculo de amor de ser “bien recibido”; por esta razón, su conducta alimentaria se va convirtiendo en un trastorno porque “este ser no se acepta”.

Estos males se han extendido a individuos de las clases media y baja, complementa Dipp. Es un dato develador porque antes se atendía sobre todo a pacientes de estratos sociales altos, “porque era la búsqueda del modelo ideal de la persona”. Parejas destaca que no es que la clase social determine la aparición de estos padecimientos, sino las presiones sociales y el ambiente, a lo que se suman las dificultades y las conductas aprendidas. “Uno no tiene que ser de una clase económica alta para tener estas dolencias, ni tiene que pertenecer a una clase baja, tiene que haber un ambiente social o familiar que propicie o que mande la necesidad de una delgadez para que se empiecen a dar estas enfermedades”.

Dice que antes no se visibilizaban estos casos porque, por ejemplo, los medios de comunicación solamente difundían información de que modelos o gente famosa enfrentaban estos males. “Ahora se mira a éstos de manera más general, en un aspecto más global”. Martínez coincide en que estos padecimientos no discriminan clases sociales. “En el pasado se creía que solo afectaban a las clases altas, actualmente se ha comprobado que se presentan de igual manera en El Alto”. Eso sí, los expertos consultados aclaran que si se atienden más casos de anorexia nerviosa y bulimia a más temprana edad y en diferentes estratos sociales, es porque ahora se visibilizan más y hay mayor información al respecto entre progenitores, hijos, familiares, en unidades educativas, en la población. Sin embargo, no hay estadísticas oficiales sobre la incidencia de estos trastornos en el país. Pese a que los hospitales públicos y privados, y consultorios particulares remiten esa información al Sistema Nacional de Información en Salud y Vigilancia Epidemiológica, éste no la toma en cuenta porque el número todavía no es alarmante, manifiesta Lucy Alcón, responsable de Guías Alimentarias en la Unidad de Alimentación y Nutrición del Ministerio de Salud.

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