jueves, 26 de febrero de 2015

LOS EXPERTOS CONSIDERAN QUE DETRÁS DEL CONTEO DE CALORÍAS, EXISTEN TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA.

Hacer de la obsesión por la comida su realidad es el denominador común en los trastornos de conducta alimentaria como la anorexia y la bulimia, y afecta a nueve mujeres por cada hombre. Conoce qué comportamientos suelen preceder a estas enfermedades cuyo origen va más allá de una “preocupación” por la imagen y el peso.

En una sociedad donde la apariencia física es un valor en sí mismo, no es de extrañar que haya una preocupación por la imagen. Sin embargo, cuando este miramiento “se torna el centro de tu vida y todo lo demás deja de tener importancia, tenemos un trastorno”, explica Marina Díaz Marsá, psiquiatra en el Hospital Clínico San Carlos y presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid.

La directora médica del centro Sommos Desarrollo Personal define los trastornos de conducta alimentaria como “la alteración en la ingesta de alimentos asociado a una preocupación terrible por la figura y por el peso que finalmente termina haciendo que tu vida no funcione” y matiza, este último detalle es el que marca la diferencia.

Las conductas que llevan al trastorno

Los trastornos de conducta alimentaria tienen lugar en el día a día y en el entorno más cercano. La experta nos indica cuáles son los comportamientos y cambios que constituyen señales de alarma y nos ayuda a identificarlos.

En la anorexia restrictiva se produce una reducción drástica de los alimentos, afirma la facultativa, quien señala que se empieza por una dieta; se sigue con la supresión de productos que se piensa que engordan, como el pan; se deja de salir de casa; y finalmente, la alimentación “se torna mínima, de forma que se produce una pérdida progresiva de peso”.

En el caso de la bulimia nerviosa, la ingesta no se reduce tanto pero se producen atracones, comiendo mucho en un corto periodo de tiempo, aclara.

Tras el empacho, llega la culpa y “generalmente se provoca el vómito para evitar tener esa ingesta calórica”. Díaz precisa que estos casos donde la pérdida de peso no es tan evidente, a veces los cambios de carácter pueden ser la señal que nos alerte de que algo va mal.

La realidad que el trastorno esconde

La afección de estas enfermedades se da con una proporción de nueve mujeres por cada hombre. Una diferencia significativa motivada por dos causas fundamentales, según indica la experta:

La presión social que tiene la mujer de la delgadez, no es la misma que tiene el hombre. Desde el punto de vista biológico, las mujeres tienen más predisposición que los hombres a este tipo de trastornos. Aunque parece que la imagen es siempre el detonante, puede haber múltiples causa. “Debajo de estos trastornos siempre hay algún tipo de conflicto” advierte Díaz, quien los compara con “la punta de un iceberg” cuyo cuerpo se compone de problemas de autoestima, emocionales, familiares o miedo a madurar, un conjunto de situaciones de las que “no estamos libres ni hombres ni mujeres”.

La especialista expone que los problemas causan más angustia que el control de la comida en los pacientes, quienes detienen su mente y conducta en la alimentación. De este modo, “no afrontamos el verdadero conflicto y estamos luchando todo el día con la ingesta y con la caloría, cuando esa necesidad de control de la alimentación radica en otro tipo de problema”, afirma.

Los pacientes tienen “una alteración en la percepción de la imagen” que provoca que se vean con más volumen. Este problema suele ir acompañado de baja autoestima, “no ven sus características positivas y siempre las de los otros les parecen mejor, por eso, se comparan constantemente”. Asimismo, suelen ser personas perfeccionistas, rígidas y obsesivas.

Abordar la enfermedad, detectar el conflicto

Dar con el detonante del problema es una tarea compleja pero para poder llegar a este punto el paciente “tiene que estar bien”, sostiene la especialista. A veces, los estados anímicos vinculados a los trastornos requieren tratar al paciente con medicación para después hacerlo de forma psicoterapéutica, apunta.

“La pelea con la caloría o la alimentación se convierte en su línea vital, y abandonarla les cuesta trabajo”, afirma la psiquiatra, quien precisa que estas enfermedades necesitan de dos a cinco años de tratamiento.

El sentimiento de culpa está presente en muchos casos, sin embargo, la realidad es que “una vez diagnosticado el paciente tiene la responsabilidad de salir de ahí y trabajar por ello pero se es culpable de tenerlo”, sostiene la facultativa.

Los pacientes no suelen pedir ayuda por sí mismos y niegan la enfermedad, apunta Díaz. Ante este contexto, la familia constituye un pilar fundamental. Por ello, se debe hacer un abordaje familiar para ayudarles a saber cómo tratar al paciente, asevera.

Estas personas “no controlan a la comida sino la comida les controla a ellos”, asevera la especialista quien que explica que el sufrimiento derivado de la obsesión por la comida puede mejorar con ayuda y hace hincapié en que “nadie pretende engordarlos sino que sean personas con capacidad de desenvolverse en la vida y de estar bien”.

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